lunes, 13 de febrero de 2012

Crisis política en Estados Unidos


Introducción a la crisis política

           En los últimos años, EEUU se ha visto en una situación política cada vez más polarizada. Tras la caída de la URSS y la supremacía del capitalismo, la política estadounidense ha descendido con el paso del tiempo a una serie de comedias disparatadas en las que, aun con una crisis económica que hace tambalearse el mundo, los partidos en el Congreso pierden el tiempo en culparse mutuamente. La clave de esta situación es la reducción del déficit, prioridad de ambos partidos, pero que conlleva el problema de cómo hacerlo y que sectores sacrificar.

      Las dos partes, demócratas y republicanos, se encuentran en posiciones muy alejadas. El republicanismo, ensalzado por el radicalismo del Tea Party, cuenta con el hándicap de haber gobernado durante ocho años un país que tenía superávit neto y que ha acabado con deudas de más de catorce billones de dólares. No obstante, Obama no ha sabido capitalizar ese tremendo fracaso republicano y sus tres años de mandato han dejado una sensación fría y desencantada, con victorias hipotecadas por un Congreso irresponsable. Los intentos estériles del presidente en lograr el máximo consenso para sus desafíos en sanidad, educación y desarrollo tecnológico han acabado ensalzando un movimiento popular (el Tea Party) que se acerca a los elementos más extremistas de la sociedad. No obstante, la situación vivida en el Congreso, paralizado por los republicanos durante 2011, ya se intentó en 1994, cuando dos años antes había ganado Bill Clinton la presidencia. En aquel tiempo la opinión pública reaccionó en contra de los republicanos, siendo los claros culpables de la parálisis legislativa. Ahora los sondeos indican una situación parecida.



            Como en una partida a un juego peligroso, ambos partidos han puesto al mundo pendiente de un hilo, dificultando la recuperación económica y la reducción de empleo. A través de una serie de propuestas y contrapropuestas los demócratas buscaban salvaguardar la Seguridad Social, los seguros médicos y, en general, la reforma sanitaria por la que ha luchado Obama, con la subida de la contribución fiscal de los más ricos. En cambio, los republicanos buscan salvar los privilegios de las empresas y la élite adinerada, así como las exenciones fiscales (alivio del pago de tributos de forma temporal o permanente a las empresas) del mundo energético y financiero, bajo la máscara de la enorme deuda pública y orgullosos de reducir así los programas sociales demócratas. Todo ello, a pesar de que ni el mismo Ronald Reagan en su momento se creyó en poder de mantener esta política y se vio obligado a subir once veces los impuestos ya que la doctrina neoliberal en sí es una falacia imposible de asumir. Para los republicanos y conservadores tanto los programas militares como la reducción de impuestos es un asunto prioritario aunque difíciles de conciliar al ser contradictorios.

          Sin embargo, hay que tener en cuenta la facilidad republicana para llegar al ciudadano medio estadounidense. A través de conceptos e ideas sencillos, apelando al patriotismo o a la religión, la reducción de impuestos se ha generalizado en la opinión pública y una gran parte de la población lo ve como algo positivo aunque beneficie a una élite económica. En este marco no hay demócrata o republicano que pueda atreverse a poner esto en entredicho ya que podría afectar a su reelección. Además, la influencia que tienen numerosos medios de comunicación o grupos de presión como la American for Tax Reform (americanos por la reforma fiscal), que se oponen frontalmente a la subida de impuestos así como a la reducción de créditos a las grandes empresas, ha provocado que la doctrina neoliberal siga en pie como un enemigo declarado del gran monstruo creado por administraciones anteriores que incluyen programas sociales, protección de menores, ayudas contra discriminación racial, parques nacionales, vivienda, etc.

            Para solventar la crisis poniendo en riesgo su programa electoral, Obama intentó un gran acuerdo bipartidista para reducir el déficit cuatro billones a diez años, reformando la Seguridad Social y eliminando subsidios y exenciones fiscales. La jugada le hubiera salido bien con un Congreso a favor pero la victoria de los republicanos en las primarias de 2010 obligó a tener que pactar todas las reformas, haciendo concesiones para llegar a un acuerdo de mínimos en un contexto económico que mejoraba muy lentamente. De hecho, el porcentaje de paro no se ha reducido lo esperado y se sitúa en diciembre en un 8,5%, a pesar de haber creado entre 2010 y 2011 2,5 millones de empleos. Los demócratas, y sobretodo Obama, se han debilitado en todo este tiempo, intentando defender sus reformas de forma ambigua y generando (al igual que le ocurre a la izquierda en Europa) una descuidada comunicación que ha fracasado en sus propósitos de llegar al ciudadano medio, muy dogmático y reticente en reajustes fiscales por influencias conservadoras.

Por esta razón, a lo largo de 2011 la cifra de apoyo a la gestión de Obama ha bajado, llegando a niveles del 38%, y sólo cuando las primarias republicanas han desembocado en desánimo este índice ha vuelto a subir hasta casi el 50%. Además, la política destructiva liderada por el sector más ultra de los republicanos se ha vuelto en su contra. La obstaculización del Congreso les impide en gran medida defender alternativas de crecimiento. La mayoría de estadounidenses conoce que, durante casi 3 años, Obama ha sido encarcelado legislativamente mientras los republicanos intentaban imponer su programa con la amenaza de no aprobar el presupuesto y paralizar el país, así como impidiendo aprobar el techo de la deuda. 


            Otro ejemplo se produjo hace dos meses, cuando el presidente propuso un estimulo fiscal dedicado a educación e infraestructura (que redundaría en la creación de empleo), recortando en sectores demócratas aunque subiendo los impuestos a las rentas altas. Aquí los republicanos han vuelto a negarse, encontrando siempre una justificación hipócrita de lavado de cara frente a la opinión pública o exigiendo una contrapartida imposible de conceder (por ejemplo, un gasoducto desde Canadá al golfo de México).



En definitiva, los republicanos han intentado arrinconar a Obama a través de una fuerte rigidez doctrinal y un sector radical, el tea party, que ha ganado mucha popularidad entre las bases trabajadoras blancas. En estos años han defendido la bajada de impuestos a las clases altas pero sin que ello afectara al presupuesto militar y al Pentágono, algo incompatible con la realidad, sobre todo después de que George Bush hijo consintiera en 2002 exenciones fiscales de casi cuatro billones (uno de los grandes problemas del déficit actual) pero temporales, acabando en 2013. Por tanto, si los republicanos hoy no aprueban la subida de impuestos a las rentas superiores a 250.000 dólares al año para sofocar la deuda no podrán impedir la reducción de casi la mitad del presupuesto militar. Por otro lado, si los demócratas no negocian un acuerdo para el presupuesto de defensa, las exenciones finalizarán afectando a todo el país, incluido las clases medias y más pobres. Por ello, la situación obliga a ambos partidos a lograr un consenso.

La decepción de la obamanía
            Las pretensiones eran demasiado altas. Como suele suceder en EEUU las esperanzas depositadas en un líder suelen desvanecerse rápidamente. El fenómeno Obama se abrió paso con una trepidante campaña, apoyado por los sectores más progresistas, esperando que realmente cambiaran las cosas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, Obama no ha representado una amenaza hacia los banqueros de Wall Street, que convierten en una mercancía a los políticos, con la diferencia en que estos sabían quién era su dueño y se comportaban de acuerdo a ello.

        Obama llegó a la Casa Blanca con el fulgor de sus partidarios, mayoritariamente jóvenes e independientes, hartos de la situación económica, del desprestigio e imperialismo exterior y, en general, de la vieja clase política que seguía escondiendo veladamente viejos prejuicios en cuanto a la clase y la raza. Creían que su candidato lograría superar esos desequilibrios y acabar con los privilegios de las grandes empresas y el monstruo imperial. Nada más lejos de la realidad. Obama, como vendedor agresivo, no se comprometió a nada remotamente parecido a ese proyecto. Usando una serie de eslóganes vacios (“Si, podemos”; “un cambio en el que podemos creer”), de falacias y halagos, junto con el uso de la palabra “cambio” en cada discurso, lograron infundir un espíritu positivo cuando el país más lo necesitaba. Además, su discurso moderado y su color de piel enervaron a comentaristas fanáticos y medios ultraconservadores que sólo facilitaron la victoria a su oponente. El resultado de ello ha sido una presidencia vacía y un movimiento radical de raíz popular cuyo crecimiento ha acabado ligado a los medios y grupos más conservadores.



            En su momento Obama fue muy inteligente. Renegó de su pasado tamizado por el reverendo Wright y se acercó a los hombres blancos bien pensantes. A pesar de que actualmente menos del 30% de los presos son blancos, se vendió la victoria de Obama como una revolución cultural. El deseo del entonces candidato de parecer razonable y adelantado a la América blanca le condujo a olvidar sus orígenes así como los desequilibrios de raza y clase vistos, por ejemplo, en el desastre de Nueva Orleans. De este modo, recibió el apoyo empresarial de bancos y aseguradoras y más del 90% de las donaciones a su campaña vinieron de blancos acomodados. Con esta base actuó a través de la manipulación política y la diplomacia prudente, erigiéndose el instrumento capaz de unir a los estadounidenses tras el desastre de Bush hijo pero sin perder la oportunidad para ensalzar la figura de Reagan. Era un candidato perfectamente maquillado, que tendía la mano a todos los sectores sociales sin rechazar el apoyo (voto) de nadie.

            En este punto hay que tener en cuenta el contexto. Tras la caída del comunismo se acabó la simulación. La fusión entre la alta política y las grandes fortunas era visible y el dinero se consideraba una divinidad. La situación era de una democracia apresada por la corrupción, las empresas y los grupos de presión. Esta visión recibió un sólido apoyo en 2010, cuando cinco jueces conservadores declararon legítima, por la “libertad de expresión”, la subvención sin límites de grupos de presión a las campañas de sus candidatos. Era evidente el disgusto de Obama, que representa la “transparencia y el cambio”, pero hubiera sido menos hipócrita si durante la campaña presidencial de 2008 hubiera restringido el gasto, como quería el republicano John McCain. Sin embargo, eligió el dinero de las grandes empresas (Microsoft, Goldman Sachs, Lehman Brothers, JP Morgan…) como base de su campaña, con un total de 900 millones.

            El resultado es un candidato del aparato, hábil y con talento, que llegó rápidamente arriba, que buscaba siempre el consenso antes que el enfrentamiento a favor de sus propios intereses e imagen, y que defendía los intereses de la clase media con palabras y argumentos de presidentes republicanos como Roosevelt o Reagan. Con ello intentaba captar al mayor número de simpatizantes y votos para subir en el poder. No obstante, nadie puede acusarle de traición o engaño. No fueron sino los propios estadounidenses, sus sectores más liberales y progresistas, los que crearon esa imagen revolucionaria alrededor del candidato sin que él mismo prometiera algo semejante. La decepción es, por tanto, con uno mismo.

El precio del bipartidismo
            La mala planificación ha sido el mayor error del líder demócrata a lo largo de sus 3 primeros años de mandato. Esto provoco dos primeros años difíciles para llegar a un acuerdo en la reforma sanitaria y continuos estímulos al sector bancario que han acabado en la victoria republicana de 2010. Por eso Obama ha tenido que concentrarse en reformas con el máximo consenso, descuidando a las bases que lo eligieron en 2008. Quizá ha sido por ingenuidad o por un cálculo erróneo basado en intentar conciliar posiciones mediante compromisos generosos. El caso es que la mano tendida del presidente ha sido respondida desde la más profunda radicalidad conservadora y populista.

Siendo las pretensiones tan altas aquellos que lo eligieron se han decepcionado mientras que sus detractores le odian por su discurso liberal y tono pacifico y conciliador. El racismo y las especiales circunstancias personales de Obama no han sido más que un acicate para medios como la Fox y comentaristas como Glenn Beck, que lanzaban cada semana sus diatribas simplistas y polarizadas. Aun así, los demócratas no se salvan. Tras ganar en 2008 no pensaron en la débil y frágil mayoría que les había dado el poder. La mayor exigencia moral hacia los demócratas y la falta de una autentica izquierda les han hecho ser vulnerables, dejando que creciera un movimiento producto de la frustración económica. Esto entronca con la enorme complejidad de la sociedad norteamericana, que los demócratas no llegaron a comprender y que les ha dado la espalda. Aun así, creyendo que su crédito era superior, lanzaron reformas sobre la regulación del medio ambiente, el seguro médico universal y el “estimulo” financiero, pero todo fue insuficiente para solucionar (a corto plazo) una crisis mucho más arraigada de lo esperado.

Por otro lado, a pesar de haber provocado en gran medida la crisis, los republicanos han aprovechado estos dos años para culpar de insuficiencia a los demócratas y una parte de la opinión pública los ha escuchado. El problema en este caso ha sido la incapacidad del presidente y su equipo para explicar porque destinaban dinero público a los bancos responsables de la crisis, mientras el país se dirimía con un paro superior al 10% (en septiembre). La gente perdía su trabajo, su casa y ponía en peligro la seguridad familiar mientras el Gobierno daba medio billón a los bancos para solventar sus deudas. Visto de este modo, es normal que la indignación de las masas no haya dado crédito al Gobierno y este no haya contraatacado denunciando la culpa de Bush y los neoliberales. La versatilidad e hipocresía republicana ha contrastado con el estatismo e ingenuidad demócrata hasta el punto de perder las legislativas de 2010 contra un movimiento popular, racista y vacío de contenido que ha trasladado su ideología a una gran parte de republicanos.

Las carismáticas palabras de Obama no terminan de convencer ni generar entusiasmo. El equilibrio de la opinión pública queda condicionado por la desigualdad de renta entre las clases medias, con las que Obama pretende identificarse, frente al 1% de la población que absorbe el grueso de la riqueza nacional. Esta polarización exacerba las diferencias de opinión entre partidos, congresistas y senadores, influenciados por el poder económico y por su futuro político, y deja vacante la funcionalidad del aparato legislativo. Con ello el Congreso y el Senado pierden legitimidad. El poder político pierde peso y van surgiendo profetas y salvadores, ganando lo popular, el pasado, las tradiciones, lo tangible en lo que las gentes más humildes pueden refugiarse. No tienen formación macroeconómica pero entienden el discurso fácil de los medios. Esto deriva en radicalidad en las calles, que a su vez se transmite al Congreso, en posiciones más duras e inflexibles, y haciendo que las decisiones se tomen tarde y mal.

            En consecuencia del bipartidismo imposible, del disgusto por la parálisis del Congreso y la aparente dependencia hacia los bancos se han creado los dos movimientos marginales: el Tea Party y “Occupy Wall Street”, movimientos totalmente contrarios pero que atraen a gentes de distinta condición y procedencia. La mayoría de ciudadanos, aunque no participen en ellos, se sienten identificados e integrados. Gracias a la amplia cobertura de los medios ambos movimientos se han convertido en fenómenos mediáticos. Como consecuencia, ambos partidos se han visto rehenes de ellos.     Los republicanos se han vuelto más radicales mientras los demócratas defienden con más autoridad sus posiciones. No obstante, en el fondo subyace la perdida de la moderación y la racionalidad.

            En estas circunstancias, es difícil que unas nuevas elecciones en 2012 cambien la polarización del país. En un principio, el problema era la falta de “valores” del Gobierno, relacionado con las características personales de Obama y sus creencias. Ahora ha evolucionado gracias a la indecisión del ejecutivo, centrándose en sus medidas económicas. Tanto el déficit presupuestario, los impuestos a los ricos y la reducción del presupuesto militar o de la Seguridad Social así como el aumento de la tasa del paro. Aunque ningún economista justificaría en la actualidad la doctrina neoliberal que impulsan los neoconservadores, la retórica de estos últimos ha penetrado en la opinión pública americana. Por tanto, sólo una posible victoria con autoridad puede acabar con la paralización de las instituciones estatales.

El radicalismo frente a la vieja política
            La relación entre el Tea Party y el Partido Republicano se ha caracterizado por el recelo entre ambos. El partido republicano considera útil y práctico el movimiento para levantar a las masas contra Obama, siempre y cuando el Tea Party no se meta en la propia actividad del partido con la intención de maniatarlo. Sin embargo, ha sido imposible evitarlo y muchos políticos y empresarios aprovecharon la coyuntura para trepar gracias al radicalismo. De este modo, ha provocado que hubiese dos frentes abiertos en el Partido: uno contra Obama en Washington y otro en su propia casa entre conservadores moderados y extremistas.

El aparato del Partido considera a los candidatos del "motín del té" inexpertos, ilegítimos y en último término kamikazes en una batalla electoral exigente. Saben que no pueden convencer al votante moderado e independiente con un movimiento a media distancia entre lo neoconservador y lo anti sistema. No obstante, de cara a las Legislativas de 2010, donde no se jugaba la presidencia, hubo primarias dentro del Partido en cada Estado y en algunos de estos logró vencer el candidato del Tea Party al candidato oficialista del Partido. En las legislativas de 2010 contaba ser lo más radical posible. Quitar el máximo poder al presidente para impedirle avanzar su programa legislativo. Tanto Marco Rubio, Bachmann o Rand Paul forman parte de esa generación influida por el Tea Party. Estos ganaron al candidato demócrata y accedieron a la Cámara de Representantes, de mayoría republicana en parte gracias a ellos.



Para comprender por qué surgió el Tea Party hay que saber que es. El Tea Party ha sido y es un movimiento revolucionario que pretende el regeneracionismo del Partido Republicano. El pánico y la creciente deuda, así como la incomprensión de un sector de la población que, sin grandes apuros económicos pero a la que la crisis le había hecho mella, han servido de caldo de cultivo desde mediados de 2007 para que una masa popular, en principio poco definida pero bien estructurada, se situara al margen de los partidos para lanzar su propia ideología, lo que luego se conocería como el Tea Party. Esta se basaba en los principios americanos más profundos: el imperio de la Ley, el conservadurismo religioso, el racismo y un sentimiento de odio a todo lo que representara el Estado, el liberalismo o el cambio climático. Asimismo, abogando por una concepción purista y originalista de la Constitución, estaban integrados por una mayoría blanca trabajadora en la que predominaba gente de mayor edad, aunque fueran jóvenes los que crearan y organizaran el fenómeno.

            El movimiento nació de la iniciativa ciudadana. De un grupo de gente que en varios Estados, desarrollados y demócratas paradójicamente, sentía frustración ante circunstancias que no entendía y deploraba, como las ayudas a los bancos y las exenciones fiscales. En cierto sentido recuerda a la frase de la película Network, donde Howard Beale decía: “Estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo”. No obstante, según las encuestas, el segmento de población que motivó el movimiento no vivía en una mala situación económica. No eran ricos pero si más prósperos que el resto de ciudadanos. La mayoría tenían un título universitario y una situación económica notable o buena. Su deriva hacia el Tea Party podría parecer ilógica pero no es así. De hecho, enlaza con la moral conservadora según la cuál se debe promover la competencia y la victoria del fuerte mientras las ayudas públicas solo sirven para salvar al débil en peligro, prolongando una estructura (Seguridad Social, medicare…) ineficiente por naturaleza. Es la ley de la selva. La supervivencia del que se adapta, en la que los que están abajo deben sacrificarse por los fuertes.

Por tanto, cuando Obama promovía medidas para defender a minorías y a las clases más pobres, una parte de la clase media o media-baja se sintió perjudicada. La diferencia de clases esta clara, potenciada por la raza, ya que la inmigración es vista como un caballo de troya para la entrada de drogas, delincuencia, pobreza y masa trabajadora que amenaza los puestos de trabajo norteamericanos, así como la pureza cultural de la nación. En este sentido, muchos libertarios están a favor de dejar caer los bancos y las empresas que no pueden sostenerse solas, resultando esclarecedor el hecho de que desconfíen de Obama porque beneficia al pobre o débil.

            Por otro lado, un factor clave en el Tea Party ha sido la contradicción entre sus demandas. Por un lado, buscan reducir el Estado a su mínima expresión, concediendo al americano el mayor grado de poder sobre su propia vida. Sin embargo, la gran masa que sustenta su apoyo necesita el seguro médico y la Seguridad Social, algo incompatible con cualquier país sin Estado. Por ello se puede decir que, debido a la situación económica, el pueblo dependía más que nunca del Gobierno pero, al mismo tiempo, se desconfiaba de él como nunca antes se había hecho.

Recordando que Obama era un candidato del partido, la situación económica hizo necesario los planes de estimulación mientras miles de personas se quedaban sin casa y trabajo, haciendo que una parte del pueblo desconfiara de un candidato negro, carismático pero exótico, que quizá no tenía el suficiente carácter, experiencia o valores necesarios para salir del conflicto. Los prejuicios se unen a los estereotipos.




 En un principio el Tea Party surgió de forma independiente y colectiva contra el papel del Gobierno a la hora de expandir los programas de gasto, tanto de republicanos como demócratas, aunque se sintieran cercanos a la rama republicana, sobre todo en temas de moralidad y religión. No obstante, las personas que se apuntaron al movimiento sentían que el Gobierno conspiraba contra ellos, traicionando al ciudadano medio, al sueño americano. Por ello, propusieron hacer una “revolución reparadora” dentro del conservadurismo, teniendo como referente los valores de antaño más profundos como base dogmática. A diferencia de los republicanos, no buscaban tanto centrarse en el conservadurismo social (aborto, matrimonio) sino en cuestiones económicas. Tanto la reducción del gasto público como los planes de estimulo.

Los partidarios del Tea Party están, en general, a favor de la caída de Wall Street, de empresas insostenibles y del adelgazamiento del Estado aunque ello afecte a los programas sanitarios (Medicare y Medicaid), la educación o la defensa. Obama fue tildado desde el principio de marxista, musulmán y enemigo del “verdadero” pueblo, e incluso había quien le relacionaba con Hitler, por lo del nacionalsocialismo. Washington estaba siempre en el punto de mira pero los demócratas eran los liberales, enemigos de los valores americanos. En este punto, al comienzo de la etapa Obama el movimiento Tea party fue captado y poco a poco difundido y manipulado por los comentaristas y locutores de Fox News. Estos cubrían en primicia los actos de protesta, daban sus conclusiones y de forma surrealista lo generalizaban a todo el país. Se actuaba con hipocondría e hipocresía. Se creía que existía una conspiración encubierta por los grandes poderes del Gobierno contra el pueblo y ellos eran los únicos que podían salvar al país mediante la premisa de “somos el pueblo elegido por Dios”. De este modo, el fanatismo y el dogma llevado por una minoría del pueblo se adueña de la conciencia de todos.

Primarias Republicanas   
            Las primarias republicanas, iniciadas desde principios de 2010, se han caracterizado hasta ahora por su debilidad de candidatos y pocas ideas de cara al futuro. La mayor influencia ha procedido del Tea Party, un movimiento vacio y extremista, con el cuál la mayoría de candidatos presentados (Bachmann, Rick Perry, Rick Santorum, Gingrich o Ron Paul) coquetea o representa directamente. Solo Mitt Romney se salva, siendo la esperanza del aparato, moderada y práctica al mismo tiempo pero desconfiada para una parte del voto conservador. No obstante, la enorme presencia que estos acontecimientos suelen tener en los medios (debates, entrevistas, directos, mítines) no ha servido para cautivar a los votantes republicanos, ni mucho menos, que se encuentran divididos entre su corazón y su cerebro.



            Normalmente, para ganar las primarias es necesario cautivar y ensalzar los valores que tu Partido representa siendo en ocasiones más pasional que racional. Sin embargo, hasta ahora, el proceso electoral ha servido para mostrar las carencias de un partido enfrentado entre dos facciones: la más radical, que representa la fe en el conservadurismo, sus valores y principios más auténticos (dios, la patria y la Constitución), reflejados en todas las manifestaciones del Tea Party; la otra facción, en cambio, es pragmática y cerebral. Sabe que un candidato tendente al aislacionismo exterior, la reducción del Estado a niveles ínfimos (algo que ni Reagan se atrevió a hacer) o la dureza en materia social no hará ganar ningún voto independiente sino que le dará la reelección a Obama.

            Esta división plantea una crisis de ideas e identidad y sobre todo de falta de liderazgo. Ante esto han surgido candidatos obscenos, arribistas y negligentes que han utilizado un discurso populista y destructivo para intentar atraer a las masas libertarias, neoconservadoras y profundamente religiosas. Sin embargo, uno a uno han ido cayendo muchos de estos oportunistas a causa de sus propias declaraciones, cada cual más descabellada. La conclusión es que un 58% de los votantes, según una encuesta de la CBS, considera que ninguno de los candidatos despierta su simpatía e interés. Tras sólo dos caucus sólo quedan cuatro candidatos (Romney, Paul, Santorum y Gingrich) pero las sensaciones son pesimistas de cara a noviembre de 2012.

            La victoria de Obama en 2008 hizo pensar en una larga etapa demócrata. Sin embargo, la recesión y las medidas impopulares hicieron crecer al “movimiento anti sistema”, que logró impulsarse hasta ganar en 2010. Pero este triunfo no ha sido suficiente para crear una plataforma de cara a las elecciones. Logró insuflar energías pero no ideas. Aparte de bloquear al país durante más de un año no han aportado nada. Se han opuesto a la modernidad y al progreso. Todo aquello que la sociedad se había ido cerciorando en los últimos veinte años como el cambio climático, el matrimonio homosexual, el aborto o la utilización de células madre ha dado un frenazo. E incluso el tipo de educación o la teoría de la evolución se ponen en entredicho.



En este apartado se sitúan todos los candidatos relacionados con el Tea Party, lo cual no significa que no existan diferencias considerables entre ellos, sobre todo en política exterior (Ron Paul defiende el aislacionismo mientras Santorum fomenta el enfrentamiento entre naciones). Sin embargo, estas primarias niegan cualquier espacio a la moderación, que había sido considerada una virtud en la política del pasado. No obstante, hoy en día se ve como una debilidad o un pecado. El aspirante más centrista, Romney, tiene que torear en territorio ultraconservador y acercarse a posturas más duras para ganar votos, al menos, hasta conseguir su objetivo. Esto ha creado un gran abismo entre las bases del Partido Republicano, que buscan actuar por su cuenta y la dirección del mismo, donde las principales figuras discretas y cuerdas están condenadas a la marginación. La fuerza de la masa, conservadora y populista, aumenta las dificultades de Romney para ganar.

Percepciones ante noviembre de 2012
Aunque se puede criticar el sistema electoral estadounidense, tanto por su desprecio a las minorías como por su amor por el dinero, el proceso para elegirlos si es una virtud, porque son los propios votantes (y no el aparato del partido o cualquier poder oculto) quién elige al presidente. El proceso es exhaustivo, agotador e incluso tedioso, pero cada votante se hará una idea de cada candidato. En cada Estado se hará un análisis personal y profesional de su personalidad, de cualquier asunto moral, político, económico o social, así como de sus ideas y de su pasado. Se le seguirá en directo, en entrevistas, en mítines… hasta sus aspectos más íntimos. Sin garantizar que se elija al mejor al menos será elegido por el pueblo.

Entrando en materia, a diferencia de las presidenciales de 2008, en las legislativas de 2010 hubo mayor abstención entre jóvenes (18% frente al 10% en 2008) y negros (14% frente al 10%). La abstención en general fue de record en 2010. Los partidarios de Obama esperan que gane en 2012 e introduzca una agenda más progresista pero, una vez más, su realidad sólo pertenece a la imaginación. El capital político que tenía Obama en 2008 ha volado en gran parte por una reforma sanitaria elaborada por las corporaciones farmacéuticas y las aseguradoras. Por ello, ahora tiene que emplearse a fondo para repetir mandato. Debe darle la vuelta a las encuestas con un discurso más duro y menos diplomático. Aunque puede que la división entre sus rivales se lo ponga en bandeja.

En el partido Republicano, aún sin líder, hay cada vez más dudas sobre Romney. La indignación por el liberalismo como creador de la crisis dio lugar a que miles de personas protestaran pero el 70% de los que apoyaron el Tea Party lo han abandonado y dejado su estructura a los Republicanos y a los medios más dogmáticos, con la excepción de la corriente libertaria, hoy presente en muchos candidatos nuevos que accedieron al Senado y al Congreso hace un año. Estos son partidarios del aislacionismo, algo que los republicanos (más realistas) no pueden aceptar.

No obstante, el candidato republicano tendrá tiempo y dinero para preparar la cita electoral. Sin tener en cuenta los intereses personales, aunque al principio no obtenga el apoyo de una mayoría de su partido, ya sea por demasiado moderado o radical, al ser Obama el “enemigo” común las bases se unirán para derrotarle. En este punto entran los votantes independientes e indecisos, que Obama logró atraer la última vez pero dónde ahora ha perdido apoyo, así como minorías raciales y los homosexuales, donde el actual presidente sí que parte con ventaja. No obstante, desde Eisenhower, ningún candidato ha ganado la reelección con un índice de apoyo inferior al 50% y tampoco había sido elegido con una tasa de paro superior al 7%.

Hasta ahora, la clara victima de toda la campaña electoral ha sido el proceso legislativo y la situación económica de las clases más bajas. Los candidatos republicanos llevan a cabo una campaña de imagen. Son listos, astutos, aprovechados, pero carecen de ideas que sustenten sus candidaturas. Por su parte, Obama tiene una coyuntura económica cada vez mejor, con un índice de paro en recuperación y un arsenal de reproches y críticas hacia Romney, el claro favorito a ser su rival. Si Obama aprovecha sus oportunidades y las limitaciones de su rival ganará en noviembre. Sin embargo, las elecciones no podrán superar la polarización del país e incluso los candidatos más extremistas volverán a surgir con más fuerza.

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